Cuando se acercó a la ventana vio la lluvia fluir sin descanso. Sobre los turbios cristales se acumulaban las gotas, se quedaban paradas, hasta que una cogía a otra y entonces resbalaban rápidamente por el cristal abajo, como lágrimas sobre las tersas mejillas de un niño. Siempre llegaban otras nuevas y siempre volvían a escurrir, de todas partes, como si allá fuera un mundo entero llorara su tristeza con millones de lágrimas. Se quedó allí, de pie, por espacio de una media hora. Este juego leve, susurrante, lleno de sordo pesar, este constante escurrir de gotas, la incomprensible música de los sonoros árboles..., la prodigiosa imagen de las lágrimas gorgoteando embargó profundamente su corazón. Se abatió sobre él una tristeza desatada, que clamaba por encontrar lágrimas.
Escarlatina, Stefan Zweig.